Cuando venga el tren que no se lleve mi lenguaje, ni las plumas de Kukulkán cocidas en mi mecapal
Por Pedro Canché
Cuando venga el tren que no desaparezca la bruma de la selva ni el fauce del manglar ni las olas perennes del mar
Es tiempo de guardar la voz y las coplas del jaguar, de guardar los pasos del tapir, del sereque, del tepescuintle, del venado y el Jabali
Porque cuando venga el tren llevará un pedazo de mi alma en sus colmillos de hierro y en su cama extendida donde antes crecía la caoba y el yaxché
Porque retumbará en la ultratumba donde brotan el agua dulce y la palabra de la selva, despertará a los grandes señores que duermen plácidamente en los cenotes de Tulum y Cobá
Cuidado hijo mío cuando venga el tren, porque la bota que manchó la tierra sangrada hace una centuria pondrá sus mismas huellas en nuestro corazón
Y es tiempo de llenar el luch con la bendición y el leek con la gracia, para que tus manos sean tuyas y no del extranjero que se lleva el turquesa de mi Xamanhá.
Levanta las semillas que alimentaron a tus abuelos, los reyes de Chichén Itzá y Yaxcabá, las que dotaron de firmeza las curvas de la princesa de mayapán.
No desprecies los ojos de la princesa de Xhazil ni su canto de la palabra que brota de su corazón. Come de ella. Mastica suavemente para que no mueras por el tziminkaag.
Cuando venga el tren que no arrolle mi espíritu con prodigiosa memoria grabada en el pedernal, en los árboles del yaxnic y del jabín, en la piedra de Konhulich
Porque hará otro gran surco en la espalda del macehual, herirá el corazón del jaguar y retumbará en la alcoba de los grandes señores y despertará su furia
Cuando venga el tren que no se lleve mi lenguaje, ni las plumas de Kukulkán cocidas en mi mecapal
(Poema de Pedro Canché y la obra de arte del pintor maya Marcelo Jiménez, “Xtáabay”, acrílico sobre loneta 1.22 x 2.44, desde el antiguo NohCah, hoy Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo)