El Presidente de la Republica sufre esquizofrenia

septiembre 9, 2016

(Aristegui Noticias). Como si le hubiera nacido un impulsivo deseo de ayudar a México, Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, entró con paso de paquidermo en la cristalería de la diplomacia al llamar “hijo de puta” a Barack Obama, el 5 de septiembre. Pero no opacó el sorprendente ridículo de su colega mexicano Enrique Peña Nieto, que continuó en el foco del hazmerreír internacional.

Hazmerreír, no para todos: ni para México ni para la campaña de Hillary Clinton, que vieron cómo el mandatario de un país afrentado colocaba la bandera nacional de tapete para que el feliz agresor, Donald Trump, relanzara su maltrecha candidatura.

 

Es la última de muchas: ¿qué les pasa a Peña Nieto y su equipo? Sus abusos y torpezas van más allá de los señalamientos de perversidad, prevaricación y descuido. Ernesto Villanueva ha presentado un argumento muy duro y, a la vez, muy inquietante: el origen está dentro del cráneo de Peña Nieto, pues hay indicios de que padece transtornos mentales como esquizofrenia paranoide.

No es una hipótesis que se pueda presentar con ligereza. Por un lado, por las posibles consecuencias: Felipe Calderón hizo que expulsaran a Carmen Aristegui de la radio (la primera de dos veces) por mucho menos: sugerir (sin dar nada por hecho) que las autoridades debían aclarar los rumores de que aquel presidente sufría problemas de alcoholismo (los cuales eran ciertos).

Por otro lado, y sobre todo, porque el actual presidente todavía tiene dos años de mandato: su padecimiento mental garantizaría que las cosas que ya se han hecho mal, se harán peor.

Villanueva no es un tipo que malabaree con vaguedades, sin embargo. Doctor en derecho y en comunicación pública, e investigador de la UNAM y de la Rice University de Estados Unidos, es un articulista serio y minucioso, que no deja sus análisis en la superficie.

Para él, no es un tema cómodo. Por eso advierte: “No hay duda de que la salud mental debe desintoxicarse del lenguaje y del imaginario colectivo. El problema surge cuando un gobernante tiene un transtorno de esta naturaleza, habida cuenta que su voluntad influye en la sociedad para bien o para mal.”

INCAPACITADO PARA GOBERNAR

Para nadie es un secreto, sostiene Villanueva, que “Peña Nieto tiene un presumible déficit cognitivo”. Y se pregunta: “¿Qué puede haber detrás de un yerro crónico del ejercicio del poder público” en este personaje?

“Algunos elementos”, continúa, “podrían arrojar que el presidente sufre de esquizofrenia paranoide”: una enfermedad del sistema nervioso central caracterizado por “distorsiones fundamentales de la percepción, el pensamiento y las emociones”.

Villanueva hace una lista de hechos conocidos por la opinión pública que pueden ser considerados síntomas de ese padecimiento. No los reproduzco aquí porque me parece más recomendable que lo lean ustedes mismos en esta liga (y para que mi universidad no empiece a sospechar que padezco de copiaypeguitis extrema, otro problemilla de ya saben quién), es bastante ilustrativo.

El autor señala que este conjunto de indicios tendría que ser diagnosticado por un médico reconocido (y hasta le recomienda un importante siquiatra al presidente), que debería establecer si Peña Nieto está en condiciones de seguir conduciendo (o algo así) el país. Porque, concluye, la buena salud mental debe ser legalmente considerada “imprescindible para acceder a cargos de representación pública” y Peña Nieto, “al parecer, se encuentra incapacitado para gobernar”.

LOS ESTÚPIDOS

Lo que sea que le ocurre a Peña Nieto, no es un problema exclusivo del presidente. Villanueva cree que su equipo puede sufrir un fenómeno de psicosis inducida que “internaliza el delirio del enfermo”.

Jesús Silva-Herzog Márquez tiene otra hipótesis, sin expresión médica y más bien coloquial: son unos estúpidos. Es un adjetivo que puede sonar fuerte pero que, explica, él utiliza con propiedad: “Lo que caracteriza a un estúpido es su capacidad para causar daño a otros, provocándoselo simultáneamente a sí mismo. Ser estúpido es dañar a otros sin ganar con ello ningún beneficio“. Y más adelante: es “mucho más nocivo un estúpido que un malvado. El malvado, a fin de cuentas, saca algún beneficio. El estúpido, en cambio, solo multiplica el daño a su paso”.

Éste es otro artículo que hace falta leer. No sólo por su correcto resumen de la impresión que tienen los ciudadanos de su presidente, sino porque presenta una acusación que empieza a ser compartida por más y más mexicanos: traición a la patria, porque “el presidente mexicano terminó siendo un ridículo instrumento al servicio de nuestro más detestable enemigo. La mayor amenaza que ha tenido México en décadas, encontró en Enrique Peña Nieto a un útil promotor”. Si Trump llegara a la presidencia, continúa, “los historiadores encontrarán” la reunión entre ambos como el momento “en que relanzó, desde Los Pinos”, su campaña.

Cuando López Obrador “declaró amnistía anticipada” a Peña Nieto y su cúpula, el 13 de agosto, no aclaró si sólo incluye los crímenes cometidos con anterioridad (Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán, Tanhuato, Nochixtlán, casa blanca, etc. etc. etc.) o también aquellos por cometer, aunque da la impresión que es tan amplia como se quiera. O sea, la presunta traición del 31 de agosto, cuando Peña recibió a Trump, ya está perdonada.

Pero como el candidato de Morena no es juez ni tiene todavía facultades para otorgar indultos, el de traición a la patria sigue siendo un cargo por el que Peña Nieto podría ser enjuiciado y destituido por el Senado. Igualmente, su incapacidad mental podría apartarlo del poder. Y hay una convocatoria popular para exigir su renuncia.

AL CIRQUERO LE CRECIERON LOS ENANOS

Tan confundido están Peña Nieto y sus asesores que él invitó a un periodista de casa, Carlos Marín, a hacerle una curiosa entrevista en la que los dos parecieron pelearse a gritos: el presidente que iba a salvar a México ahora tiene que dejarse convertir en patiño de quien solía ser su patiño.

Un periodista serio habría hecho preguntas sobre temas importantes, como el plagio de la tesis, el escándalo del departamento de Miami o los problemas de la economía. A Marín no lo llamaron para eso: su papel era facilitarle a Peña Nieto explicar la situación simulando franqueza y buen humor. Pero les salió mal el truco y el encuentro terminó siendo un pequeño circo de insolencias (de todas formas, no sorprenda que al rato Marín proclame haber sido el único periodista que se enfrentó al cadáver político presidencial).

¿QUÉ PASA SI PEÑA RENUNCIA O ES DESTITUIDO?

El nombre del sucesor sería decidido en negociaciones cupulares del PRI, acaso con participación del PVEM. Con base en la Constitución, a estas alturas del sexenio, el reemplazo del presidente debería ser decidido de manera definitiva por el Congreso (dominado por el PRI y sus aliados) o, si no está en sesiones, de manera provisional por la Comisión Permanente (dominada por el PRI y sus aliados), que a su vez convocaría al Congreso a celebrar sesiones extraordinarias para ungir al preferido del tricolor.

¿Quién querría gobernar –o hacer como que gobierna- los próximos dos años? Los aspirantes tendrían que valorar si vale la pena tomar la oportunidad inmediata –un bienio es mejor que nada- o apostar porque quien quede tenga un desempeño sorprendente que deshaga los numerosos entuertos dejados por el peñanietismo y abra la posibilidad de resucitar el priísmo.

Probablemente, los #TresTristesGrillos del presidente, Aurelio Nuño, Osorio Chong y Luis Videgaray, quemados a lo largo del periodo y especialmente durante este verano, la tendrían difícil, en su condición de corresponsables del desastre (y Videgaray salió del gobierno, lo que Trump festejó como un importante resultado de su visita).

Otras opciones serían Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México, Claudia Ruiz Massieu, secretaria de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade, secretario de Desarrollo Social, Emilio Gamboa, líder de la CNOP, y el dinosaurio reconvertido en niño terrible del priísmo, Manlio Fabio Beltrones.

Y no descarten a los del PVEM: con ganas de premiar a sus aliados parasitarios con una minipresidencia y de simular alternancia, con la esperanza de llegar menos maltrechos a 2018, los priístas podrían colocar a alguno de los benditos prohombres del verde: el peñanietito Manuel Velasco, gobernador de Chiapas, o Pablo Escudero, a quien ya le dieron la presidencia del Senado, por ejemplo. O a Rosario Robles, la “izquierdista” del escándalo Ahumada y ahora secretaria de Desarrollo Territorial.

¿O qué tal que deciden relanzar su ahora más que nunca necesaria asociación con el PANAL y remiendan el daño hecho a Elba Esther Gordillo presidencializando a alguno de sus familiares? Su hija, la exsenadora Mónica Arreola, acaba de fallecer, pero su yerno, el maestro rural Fernando González Sánchez, ya ha servido bien a su suegra como director de la Lotería Nacional y del ISSSTE, como subsecretario de Educación Pública y como mandadero para comprarle bienes raíces y artículos de superlujo en el extranjero.

Al fin y al cabo, no se necesita a nadie de primer nivel: los pesos pesados probablemente querrán reservarse para el sexenio completo y al PRI le urge hacer lo imposible para detener el naufragio.

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