Por Abraham Gorostieta
1.- Elena Poniatowska es una escritora a la que se le ama o se le odia. Despertó envidias cuando le entregaron el prestigioso premio Cervantes de Literatura. Pero sus feligreses la amaron aún más. Sus detractores la quemaron con leña verde en las redes sociales, pero no le importó a ella.
Muchos le han reprochado su activismo a favor del Pejelagarto, como ocurrió en 2006, luego en 2012 y 2018, cuando la escritora hizo comerciales para favorecer electoralmente a Andrés Manuel López Obrador. “A partir de esos días –recuerda la escritora – sonaba mi teléfono a todas horas y me mentaban la madre, me decían: ¡Vieja Puta! ¡Puta, Puta, Puta! Y colgaban”.
Una noche de 2012, sonó el teléfono a las tres de la mañana. Una voz dulce y cándida le informaba: Elenita, afuera de su casa hay una persona muy mala. ¡Cuidado Elenita! Colgaron. Pronto se puso su bata, prendió las luces de su casa y salió a ver quién estaba fuera. Nadie. La soledad de la calle y nadie más. Entró de nuevo. Subió las escaleras hasta su recámara. Se sentó al borde de la cama y comenzó a llorar: “Fue un momento horrible, por primera vez me sentí vulnerable. ¿Cómo una voz tan dulce me podía haber hecho esto?”. Recuerda con dolor Elenita, como la llaman en la calle, como le dicen sus amigos.
Para conversar con Poniatowska basta llamarle. Ella lleva su propia agenda de entrevistas, cursos, diplomados, talleres, conferencias. Vive al sur de la ciudad de México, en una calle empedrada, que la compró al año de enviudar. La casa perteneció a Eva Norvind, una nudista que se bañaba en las fuentes.
Elena, la octagenaria escritora, se ha hecho de una imagen que le calza muy bien: Una sonrisa siempre en el rostro, una voz dulce, un trato afable. Elena, muñequita de azúcar.
Martina es su empleada doméstica. Chaparrita, de mirada hostil y ceño fruncido. Solamente observa. Igual que Shadow, un labrador negro de energía inagotable. “No muerde, pero no se le acerque que ya no se lo quita de encima” me indica Martina, quien habla poco y tiene acento y rasgos indígenas.
Forrada de piso a techo por libreros, la casa de Elena parece conocer sólo algunas palabras: Libros, fotos, pinturas, jarrones de talavera y esferas de vidrio.
Martina me hace recordar a Jesusa Palancares, personaje de la emblemática novela “Hasta no verte Jesús mío” publicada en 1969. Y es que Jesusa está inspirada en una mujer tehuana que la escritora conoció en sus tiempos como reportera, cuando iba a hacer entrevistas a la Cárcel de Lecumberrí. Josefina Bojórquez era su nombre real. “Cuando me conoció, me dijo que era yo una rota catrina, jija de la que ya se sabe, que me pusiera a trabajar” cuenta la escritora al explicar que la conoció en una azotea, la oyó hablar y de inmediato quiso platicar con ella, “le cuento lo que quiera, na’más que uste’ me ayuda, no me va a venir a quitar mi tiempo”, le dijo Josefina, pues mientras ella lavaba los overoles de una imprenta metiéndolos primero en un balde con gasolina para quitarles la tinta para luego tallarlos en una tablita de lamina la joven Elena ponía una correa a media docena de gallinas y las llevaba a caminar por las banqueta a que tomarán el pálido sol de las 5 de la tarde (pues sí éstas no reciben sol, pues no ponen huevos con cascarón duro). Al regresar del paseo, la Jesusa contaba sus historias vividas en la Revolución Mexicana. Así nació la novela.
Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor –su nombre completo – llegó a México en 1941 a la edad de nueve años. Hablaba francés e inglés. Su madre, Paullete consideraba el español innecesario, así que la niña aprendió el castellano en las cocinas, en las azoteas escuchando las pláticas de las sirvientas.
Sentada en un sillón está La Hija de la Malinche, como la describió la crítica literaria Margo Glantz. No hay ningún símbolo religioso en su hogar aunque la escritora se reconoce como una mujer creyente, “cómo no lo voy a ser si fui criada en un convento de monjas, tuve una madre muy religiosa, además, vivo al lado de una capilla del siglo XVI, es más, me puedo ir a dormir allá, me puedo llevar mi cama” explica la mujer de sonrisa permanente.
También, dice que cree en la suerte, aunque “pienso que uno se hace su propia suerte”.
2.- La escritora tiene bien definido su papel y se reconoce como intelectual pues asegura que “Nuestra función es encontrar soluciones, encontrar y aportar claves para el avance de un país”.
Reflexiva agrega: “los intelectuales a fuerzan se meten. Por ejemplo, a García Márquez le ofrecieron varias veces ser presidente de Colombia. A Fuentes y Paz les ofrecieron varias veces ser embajadores en Washington, les ofrecieron secretarías de Estado. Porque son pensadores, porque hablan por el país. Los intelectuales deben de participar en la política”.
Su ceño se frunce, sus manos vuelan, se expresa con ahínco: “en México suceden cosas que son muy graves que necesitan de sus voces, críticas, ásperas, certeras. Los intelectuales que no se meten en los problemas nacionales pueden quedarse en su torre de marfil escribiendo novelas o haciendo grandes obras pictóricas pero en un país donde hay terremotos políticos como el nuestro es importante que participen, ni modo que se metan a su casa sabiendo que hay tanta injusticia social o gente muriéndose por las balas, por el fuego cruzado”.
La princesa roja, así se le conoció después de que Elena rechazará el premio Nacional de Periodismo que otorgaba Presidencia en los tiempos de Luis Echeverría: “¿Y quién va a premiar a los adolescentes muertos?”, preguntó la reportera a Gobernación. Su lugar en la ideología política mexicana dice estar en la izquierda.
Y un tema que le resulta pasional es hablar del tabasqueño, su amigo, Andrés Manuel López Obrador: López Obrador es un hombre a quien le creo. Cuando él habla, escribe o platica, le creo. Así, sin más. Me parece que es un hombre que se la está jugando, ahora más. Me parece que hace muy bien que siga luchando, que reúna a miles de personas. Es un gran político, un hombre congruente y honesto».
En 1994, Blanche Petrich le habló a Elena para decirle: “Vente a Chiapas, Marcos es cuate, cuate” y desde esa fecha la pluma de Poniatowska se ha ocupado –cada vez menos – de la figura del mítico guerrillero. Aunque su cercanía con López Obrador ha hecho mella en la relación con el subcomandante. «No lo sé. No sé si él rompería conmigo por eso. Yo no he roto con él. El subcomandante Marcos tiene el gran mérito de haber puesto el problema de la discriminación social, económica, de justicia, de legalidad de la situación de los indígenas mexicanos, la puso al centro de las discusiones a nivel internacional. Gracias a él, México y el mundo se dieron cuenta de lo que sufrían, de cómo la pasaban esos pueblos».
3.- Formó un matrimonio muy sólido con el astrónomo Guillermo Haro, el fundador de la astronomía moderna en México. Él trabajaba en el observatorio astronómico de Tonantzintla, Puebla, y hasta allá fue a entrevistarlo la joven Elena, “quien me trató muy mal –dice con una sonrisa la periodista – pero yo me vengué y me casé con él”.
A la entrada de su casa se presumen el doctorado de don Guillermo y el diploma de mecanógrafa de Elena. Las fotos en su casa muestran a los Poniatowski. A su padre, Jean Joseph Evremont Poniatowski Sperry, “así, vestido de militar con todas las corcholatas (condecoraciones) que le dieron después de la Segunda Guerra Mundial”, muestra con orgullo la escritora y agrega: “Fue muy valiente porque lo echaron en paracaídas muchas veces a la zona enemiga y llegó a los campos de concentración y salvo gente. Y mi madre también, ella manejaba una ambulancia durante la guerra”.
En su casa también hay retratos de su madre, María de los Dolores Paulette Amor Yturbe quien a su vez fue una de las modelos de Schiaparelli, retratada por Edward Weston. Fotografías de sus hijos Emmanuel, Felipe y Paula. Fotografías tomadas por Paula. Elena y sus diez nietos. Fotos y más fotos.
Suspendió por un tiempo el libro que hacía sobre los Poniatowski, “ya no sé, no puedo, no sé como rastrear mi propio pasado” cuenta la escritora, pero años más tarde lo escribió.
En el libro Elenísima del (su) biógrafo Michael K. Schuessler hay una historia: Los Poniatowski salieron de Polonia en los tiempos de Napoleón. El último Poniatowski fue mariscal de Francia de Napoleón. Son franceses. El último rey fue Stalisnao Poniatowski ya a finales del siglo XVIII. Sus padres, Paulette y Jean, se conocieron en un vals de la familia Rothschild, celebrado en una casa de la Place de la Concord.
Johnny, como le decían a Jean, había nacido en Francia, pero provenía de una familia de príncipes polacos —los Poniatowski— exiliados desde el siglo XIX. Paulette, nacida también en Francia, provenía de una familia mexicana porfiriana que había abandonado el país en tiempos de la Revolución, y tenía bastante dinero para vivir en Biarritz y en París.
Elenita nació en París, en 1932. Ella recuerda que su infancia la pasó con sus abuelos entre París, Vouvray y Mougins. En 1941 emigra junto con su madre y su hermana a México en un barco de refugiados, el Marqués de Comillas. Su padre llegó después y se dedicó en cuerpo y alma a fundar los laboratorios farmacéuticos Linsa. No tuvo suerte. Intentó ser restaurantero. No funcionó tampoco.
Su familia materna, los Amor eran una de las familias importantes de México, así lo consta Guadalupe Loaeza en su libro “Los de Arriba”. “Su abuela era Elena Yturbe. Muchas mujeres en esa familia. De costumbres muy tradicionales, de abolengo y de artistas. Sus tías: Inés, siempre el cigarro en la mano fundó una de las primeras galerías de arte en la ciudad (La Galería de Arte Mexicano); Carolina, que fundó una editorial médica, y Pita, la poeta excéntrica, la de los escándalos, a quien Diego Rivera pintó desnuda. Pita Amor: la poeta extravagante que hablaba siempre en verso, enloquecida por la tragedia de perder ahogado a su único hijo nunca vio con buenos ojos a Elena”.
Cuenta Poniatowska que Pita fue una mujer hermosa, delirio de pintores. Que siendo una anciana se presentaba con un moño enorme en la cabeza. “Pinche periodista, me decía mi tía Pita” recuerda la escritora. Michael K. Schuessler escribe que Pita le tenía prohibido a Poniatowska firmar sus artículitos con el apellido Amor, porque había una gran diferencia entre ser una periodista y una poeta de tinta americana como ella.
Y cuenta: “en una ocasión, en casa de su tía, en una esta, Pita Amor al verla conversar con Octavio Paz, se encendió de furia y le gritó a voz en cuello: ‘¡No te compares con tu tía de sangre! / ¡No te compares con tu tía de fuego! / ¡No te atrevas a aparecerte junto a mí, / junto a mis vientos huracanados, / mis tempestades, mis ríos! /¡Soy el sol, muchachita, / apenas te aproximes te quemarán mis rayos!’. Al día siguiente, a la una de la tarde, le llamó por teléfono, fresca como la mañana: ‘¿Eres feliz?’, le preguntó”.
4.- Elenita Inició su carrera en Excélsior, en 1950. Su madre, que tenía muy buenos contactos la llevó de la mano y la presentó al director del diario, Rodrigo de Llano. En 1954, la jovencita de 20 años se fue al diario Novedades bajo el ojo de Fernando Benítez. A partir de ahí Elena, la jovencita a base de disciplina y constancia tomó brillo propio, creó su propio estilo.
Contaba el propio Carlos Fuentes sobre Fernando Benítez que “éste manejaba a altas velocidades su BMW que hacía apenas una hora para llegar a Tonantzintla, donde Fernando se encerraba a escribir sus libros en un ambiente conventual donde la única distracción era mirar de noche a las estrellas en el observatorio dirigido por Guillermo Haro. Allí escribí buena parte de ‘La muerte de Artemio Cruz’. De vez en cuando, caían visitas -Agustín Yáñez, Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea – pero Tonantzintla era centro de trabajo, disciplina y silencio”.
Y es que Benítez es una figura que destacó en la cultura mexicana. Cuenta la propia Elena: “Fernando impulsó muchísimo a los jóvenes, entre ellos Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco. Fue un gran amigo. Generoso, didáctico, pulcro. Al final del tiempo él decía que los que fueron sus discípulos terminaron siendo sus maestros. Fernando Benítez me encargaba entrevistas, me decía: angelito, angelito, entrevista a este, entrevista a este otro”.
También recuerda que Benítez era muy excluyente: “Yo no pertenecía a ese grupo que Benítez llamó ‘La Mafia’. No tenía esa categoría. Luis Guillermo Piazza dijo que existió ‘La Mafia’ que era un grupo de intelectuales que como grupo ganstéril se adueñó de los premios y dádivas gubernamentales y se las apropio. Pero yo nunca pertenecí, pues no tenía la autoridad para recibir o rechazar a alguien. Yo era una simple entrevistadora”.
Elena entrevistó a Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Amado Nervo, Pellicer, Paz. En los 50’s Poniatowska era becaria del Centro Mexicano de Escritores. En 1954, debutó con el libro “Lilus Kikus”, publicado en la colección Los Presentes, que editaba Juan José Arreola. Pero éste nombre parece afectarle aún a Elena pues dice: “No conozco a Juan José Arreola, nunca lo conocí. Es una persona sobre la cual no tengo el menor recuerdo”. Años después, denunció al laureado escritor como un abusador.
Trabajó en Novedades por 20 años. “Hasta que en 1985 –comenta Elenita- en el terremoto que destruyó a la ciudad de México el director no quiso publicarme mis artículos sobre el terremoto. Entonces estaba en contraesquina La Jornada y fui a ofrecer mis textos. Carlos Payán con mucho gusto los aceptó y los empezó a publicar. Desde entonces es mi periódico”.
No solo Payán, también Octavio Paz le pedía textos para su revista Vuelta. “Octavio Paz era muy entusiasta, muy generoso, lo fue conmigo. Lo quise mucho. Le hizo un poema a un árbol que había a la mitad del patio de la casa de mis padres” y mientras esto dice, salta del suelo un gato al que Elena lo bautizó como Monsi y se posa sobre su regazo.
“Yo no trabaje con Julio Scherer –aclara-. No me tocó el golpe a Excélsior. Fui a las reuniones para fundar Proceso. A Julio Scherer lo admiré mucho aunque él estaba enamorado de la Reina del Pacífico. Fuimos grandes amigos. Lo quise mucho. Nunca he hecho un trabajo sobre Julio, él no lo permitía. Era hermético. Me hubiera gustado hacerle una biografía pero él no se dejaba”.
Insiste el gato en quedarse con ella. “Vete con Váis” lo expulsa Elena de sus piernas. “Son tremendos”. “A mí me gusta estar acompañada siempre, siempre, pero a veces no, sino no podría escribir, estoy acompañada de tres seres insuperables que son Shadow, Monsi, Váis, ellos son mis compañeros. Yo trabajo mucho. Recién terminé un libro que ya esta publicado”. Elena mira para sus adentros, se queda perdida en su pensamiento. Mirada fija y pronto responde: “Sé que mi tiempo se acerca. Que no me queda mucho tiempo. Y tengo tanto por hacer, tanto que escribir. Sacarle jugo a los pocos años que me quedan, tengo que apurarme, apurarme. Vivo siempre apurada”.
Se dice que Elena es sobre todo periodista, lo constan sus trabajos sobre José Clemente Orozco, Alfonso Reyes, Lola Álvarez Bravo, María Félix, Carlos Fuentes, Jorge Portilla, Ramón y Ana Xirau, Jaime García Terrés y Juan Soriano, entre muchos otros. Todos publicados en México en la Cultura, suplemento que dirigía Benítez. Ahí conoció a José Emilio Pacheco quien era jefe de Redacción. Y a Carlos Monsiváis. “Carlos, con sus lentesotes de mica, así, de intelectual y José Emilio, tan guapo, siempre vestido de negro y camisa blanca, él me había pedido que no lo contara más pero yo le decía porqué no si es cierto, siempre que tomábamos un taxi, José Emilio y yo, al llegar a nuestro destino, el taxista le decía: ‘no me pague padrecito, mejor deme la bendición’ y ahí lo tenías, haciendo la cruz y viajando gratis” y dice esto y suelta sonora carcajada.
5.- El movimiento estudiantil de 1968 le ha dado grandes satisfacciones profesionales y también serios descalabros. “Me marcó, escribí sobre la matanza del 2 de octubre de 1968, me marcó como periodista” se sincera la cronista.
Su acercamiento inicia cuando asiste a las manifestaciones de julio y agosto de esos años y escucha las asambleas universitarias donde conoce a los líderes Luis González de Alba y Marcelino Perelló. Michael K. Schuessler, escribe que el 2 de octubre llegaron a su casa dos amigas desesperadas que le contaron que había sangre en las paredes de los edificios de Tlatelolco, que estaban perforados los elevadores con balazos de ametralladora, con vidrios por todos lados y tanques del Ejército.
Al día siguiente, Poniatowska fue muy temprano a Tlatelolco: no vio ningún cuerpo, pero se encontró con zapatos tirados y arrumbados en montones. No había agua ni luz. Inició su travesía en Lecumberri, todo era platicado, no podía ingresar su grabadora. Tiempo después publicaría su libro más célebre: “La noche de Tlatelolco”.
Varias décadas han pasado, pero fue hasta los 90 que Enrique Krauze tomó fragmentos del libro de Elena para hacer un trabajo sobre Díaz Ordaz. Luis González de Alba se dio cuenta de que los fragmentos que había tomado Krauze del libro de Elena eran en realidad suyos, tomados de su libro “Los días y los años”. No sólo habían sido plagiados sino tergiversados. Con sorna González de Alba escribió que había sido traducido al poniatowsko. Pronto entabló una demanda por derechos de autor, la cual ganó y el libro de La noche de Tlatelolco tuvo que ser modificado 30 años después.
Este hecho causó revuelo en la clase intelectual. Carlos Monsiváis tomó el teléfono por la mañana y marco a la oficina de Carmen Lira, directora de La Jornada. “Carmen, escoge: ¿O Luis o yo?”. Luis González fue despedido sin importar que fuera accionista y fundador del diario.
La periodista Elvira García descubrió, al hojear el libro “Las siete cabritas” de Elena Poniatowska, varias de sus entrevistas con Pita Amor, entrevistas que formaban parte del libro de Elena. Párrafos copiados textualmente y sin darle crédito a la autora. La sorprendió el hecho. Cerró el libro y nunca más lo volvió a abrir. Elena nunca se disculpó.
Elena conversa con Jorge Luis Borges. En su entrevista pública, para darle contexto un poema que no era del poeta argentino. Años después, María Kodama, viuda del poeta se da cuenta del error y pide a la editorial del libro rehacer la edición de éste. Elena no se inmuta.
Después del 2 de octubre de 1968, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska se ocuparon del tema por muchos años. En una entrevista para La Revista de la UNAM, Elena explica: “Vivimos en Tlatelolco un hecho de ignominia y nos quedamos a un lado, parados en la tierra, inútiles, junto a nuestros muertos”.
Monsi y yo hicimos mucho material sobre el 68, dice la cronista y cuenta sobre un hecho de plagio del que fueron objeto: “Luis Spota, en su libro “La Plaza”, nos copió a Monsi y a mí todo. Fue como un fusil de todo lo que había hecho Carlos y yo. Fuimos a denunciarlo. A mí no me importaba mucho pero a Carlos sí e insistió en hacer la denuncia. Imagínate, Luis Spota un plagiador”, confiesa la periodista.
6.- Elena ha cumplido 88 años. Sin duda es una escritora que domina la narrativa, he aquí unas pinceladas para acercarse a su persona, su biografía. “Yo me siento muy agradecida con México, muy feliz de estar en México. Todo lo que me ha pasado aquí ha sido muy generoso. Soy una mujer muy afortunada”, concluye la princesa roja, la princesa de azúcar.