Si nos limitamos al hecho de que se trata del presidente de un país saludando a una ciudadana octogenaria, parece justificable. En última instancia, se podría decir que no se debe discriminar a nadie a menos que haya una razón definida y comprobada para ello.
Pero esa postura puede ser fácilmente refutada apelando a que un presidente debe cuidar las formas, y si López ya rechazó recibir a activistas sociales como Javier Sicilia o Julián LeBaron, resulta ignominioso que tenga tanta cercanía con la familia de un narco.
Ambas posturas son, en realidad, superficiales. Hay muchas más cosas que se tienen que decir de esto. La primera es que el narco es una realidad omnipresente en México y eso no tiene remedio. Por lo menos, no bajo el esquema de leyes que tenemos.
Me da mucha risa que idiotas como Epigmenio Ibarra salga a decir que Calderón sabía de los negocios de su gente con el narco. Carajo, eso es una obviedad. TODOS los presidentes -incluyendo a López- desde hace mucho saben de muchos negocios del narco y su gente.
El narco ha permeado todos los niveles de gobierno. Ser parte del poder (desde la presidencia hasta una alcaldía) implica entrar en contacto con el narco y la corrupción que de allí se desprende. Prácticamente NADIE se salva de eso. Ni López. No sean p3nd3jos e ingenuos.
Y es que el narco tiene una tremenda capacidad de adaptación, por lo que importa un pepino qué partido gobierne en el país. ¿De dónde viene dicha capacidad? Sencillo: El narco va a FUNCIONAR mientras exista mercado. Es decir, adictos que sigan comprando.
No importa qué haga el gobierno. NUNCA va a ser suficiente para contener y menos aún derrotar al narco. Mientras haya alguien que quiera fumarse su porrito o aspirarse su piedra en líneas, habrá alguien que se lo venda y alguien que lo produzca.
Por eso todo gobierno, por lo menos en México, tiene que llevar cierto nivel de coordinación con el narco. El problema es que hay una guerra brutal entre diferentes cárteles del narco, y eso obliga al gobierno a tomar partido por unos en detrimento de otros.
Eso es un albur, porque el narco no tiene más lealtades que con su propio negocio. Un cártel puede mirar paciente y tranquilamente cómo se va un partido del poder y llega otro. Existe una estructura -y existen los recursos- para de todos modos mantener su influencia.
Pero eso tiene muchos problemas. El primero, que son demasiados los políticos a todo nivel que se benefician con ese dinero. Así que es el propio sistema político mexicano el que no va a estar dispuesto a dar ese paso. En consecuencia, sólo quedan dos alternativas:
Una es la legalización de las drogas. Sería la más viable: quitarles el negocio para que la compra-venta de drogas (todas, sin excepción) se haga de manera regulada. La otra es tratar de que los pleitos del narco se estabilicen y se ponga un control a la violencia. La opción de legalizar las drogas tiene varios estorbos. El primero son, otra vez, los políticos que se rehúsan a combatir en serio este problema porque reciben beneficios del narco, que pueden ser desde sobornos hasta apoyo electoral. Pero también está una sociedad moralina que juzga todo en función de conceptos abstractos y no de realidades, y se rehúsa a la legalización de las drogas porque cree que eso es «inmoral». Y al hacerlo cometen un gravísimo error de apreciación .
Su lógica es tan elemental como errónea: «Es que si legalizamos las drogas, los jóvenes van a tener acceso a ellas muy fácilmente». Vaya ingenuidad. Los jóvenes YA TIENEN ACCESO A ELLAS muy fácilmente. Surtirse de cualquier droga es lo más fácil del mundo.
Entonces, entre la resistencia de políticos y sociedad civil demasiado conservadora o poco enterada de cómo es la realidad, la legalización de las drogas como principio de solución al problema se ve muy lejana. Prácticamente inviable.
Pareciera que la única alternativa realista por el momento entonces es tratar de que los cárteles se repartan el país y se coordinen en sus negocios, como alguna vez sucedió (años 80’s y 90’s). El objetivo no sería acabar con el narco, sino con la violencia del narco. Pero eso también parece imposible. La violencia está desatada, Y ESO NO ES CULPA DE CALDERÓN. Calderón sólo trató de ponerle un freno a esa violencia, pero esta tiene antecedentes más añejos, y básicamente hay que buscar sus orígenes en el sexenio de Zedillo.
Y no porque Zedillo hiciero algo por fomentarla. Es más simple: En el sexenio de Zedillo comenzó el resquebrajamiento del poder del PRI, el partido que había logrado conjuntar bajo su liderazgo y control a todas las mafias. Incluido el narco. Al resquebrajarse ese poder, cada cártel empezó a funcionar en pos de sus propios intereses y la violencia comenzó a crecer. Sus primeros momentos críticos llegaron en el sexenio de Fox. Con Calderón simplemente se salieron de control. Pero eso iba a pasar de todos modos.
Entiendo que López esté tratando de reacomodar las cosas y que para ello tenga que negociar con narcos. Eso no me preocupa ni me escandaliza. De hecho, más bien le deseo éxito. Urge aplacar los niveles de violencia. Pero López no está teniendo suerte con eso. Le va muy mal.
Volvamos al tema de las formas: Aunque todos los políticos desde hace años han tenido que lidiar con este asunto, han mantenido un comportamiento políticamente correcto deslindándose de cualquier vínculo directo con el narco. López no. Lo está haciendo al revés.
¿Significa eso que López tiene un contubernio total con un cártel -el de Sinaloa- y es su cómplice? No. Significa algo tal vez peor: El presidente se rindió. Si sólo fuera el episodio del saludo a la mamá del Chapo, podríamos sospechar de un contubernio. Pero el episodio de la liberación de Ovidio nos dice otra cosa: El gobierno está rebasado y no sabe qué hacer. Está rendido. Y ojo: no es un asunto sólo de corrupción, sino de incompetencia. Creo que hasta el narco debe estar sorprendido. Surrealismo puro. Como México no hay dos.
Irving Gatell