No es lo mismo el avión, que los aviones de línea. Una exageración es bajarse de un avión de línea, porque en él, como un ser normal, viaja el Presidente de México. Una aberración es querer hacer pagar por el avión más caro de la historia al pueblo otro Fobaproa disfrazado de rifa.
Por la compra, y dado el costo del avión de la ignominia, deben pagar, incluso con la cárcel, si el hecho lo amerita, los que lo compraron. El avión de la ignominia, como la Estela de luz, deberían haber sido ya convertidos en Museos, como ejemplo: el avión, de lo que nunca más se iba a permitir en México y de la corrupción, que se ofrecía barrer desde arriba: la Estela.
Hace unos días en La Jornada, en un análisis sobre lo que ocurre en Chile últimamente, Raúl Zibechi escribía que: “… El territorio puede ser la casa común donde nacen y crecen otros mundos…”. Lo que alarma a Alfonso Romo porque conoce bien Chile. Lo que no da visos de ser entendido por AMLO. Y lo que se sigue atacando, hoy por los de MORENA, al despojar a los indígenas de su territorio.
De un plumazo Rogelio Jiménez Pons, desconocedor de la geografía de la Península de Yucatán, sin rubor, es de suponer, vino a decir lo que se le ordena que diga o lo que se le ocurre sin más de manera esperpéntica: ¿Que los de la Plancha, extranjeros algunos, clase media, medio alta, los otros, no quieren el tren en el lugar donde tienen sus casas? Donde se construyó tiempo ha una estación que hasta parece de primer mundo, se construye el tren por debajo de la tierra y listo. Como si con eso no se fueran a afectar también esas casas a la par que a generar destrucción de manera aún más intensa.
De las insensateces del gobierno emanado del partido más votado de la historia, la de querer hacer pasar el tren por debajo de Mérida es tan inconcebible que llama a reflexionar sobre la condena a vivir en el infierno sin apelación ninguna que nos garantizamos el día que salimos a votar por AMLO.
Mérida no tiene drenaje profundo y está, como el resto del Estado, llena de cenotes. Piedras y agua que se podría decir que fueron otorgadas como bendición en el reparto de bienes a este lugar que nunca más va a volver a ser paraíso. Creyente, que dice ser AMLO, debería reflexionar al respecto en lo que va a destruir, condenándose, de paso, a ser el Presidente más odiado de la historia de México. La crónica así se lo adelanta y en estás cosas la crónica no se equivoca nunca.
A la insensata construcción decidida de un tren que forma parte de los caprichos cumplidos al imperio vecino en tiempos de destrucción del Planeta y cuando la Tierra clama a la especie humana enviando señales de que o se cambia la forma de actuar y de consumir, de despojar, destruir y construir, o se acaba esa especie. Se suma la construcción, por debajo de la tierra, que garantiza millones de toneladas más de basura para los mares. El negocio es el negocio y frente al negocio el entreguismo se pone de rodillas. Quién sabe cuántos adherentes llevarán poniendo en la sal, el agua, en la comida chatarra y no tan chatarra, para haber bajado el razonamiento a planos como el expresado en la Península por Rogelio Jiménez Pons, informando que el tren de marras pasará por debajo de Mérida. Aunque es claro que el negocio es rotundo. Si por encima tendría un costo, por debajo se debe cuadruplicar al menos.
“Vengan, vengan, señores contratistas, la Península de Yucatán se remata”, vino a decir el titular de Fondo Nacional de Fomento al Turismo a las empresas extranjeras que se deben frotar las manos por el negocio que también va a regalarles el PAN, que gobiernan en el Estado de Yucatán de la mano de AMLO, porque, también Vila y el alcalde de Mérida, van a sacar tajada, como es evidente.