La periodista mexicana exiliada ha recibido el Premio a la Libertad de Expresión de la Deutsche Welle. Su discurso de agradecimiento es una advertencia contra el crimen organizado y un alegato a favor de la veracidad.
El chaleco antibalas que le regaló el gobierno mexicano en 2016, justo antes de que se publicara su último libro sobre la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzonapa, en septiembre de 2014, fue para ella una advertencia: «Has ido demasiado lejos» en la investigación.
Anabel Hernández tomó una difícil decisión ante la amenaza contra su persona, una amenaza para su trabajo como periodista. Hoy vive en el exilio en un lugar desconocido. Durante veinte años ha informado incansablemente sobre la corrupción, el tráfico de drogas, el abuso sexual y la anarquía. Por este trabajo fue galardonada con el Premio a la Libertad de Expresión de la Deutsche Welle en el Global Media Forum de Bonn. Aquí documentamos su discurso de agradecimiento al recibir el premio este 27 de mayo de 2019:
La luz en tiempos de oscuridad
Antes que nada quiero agradecer a la Deutsche Welle el haberme conferido este prestigiado premio. Es un doble honor por la altura de los periodistas que me antecedieron en recibir este reconocimiento.
Estoy muy conmovida de estar hoy con ustedes. Estar aquí me ha obligado a hacer una reflexión sobre mi vida, sobre mi carrera de periodista, sobre todas las cosas que he hecho y las que aún debo hacer. Muchas veces en el día a día los periodistas no nos detenemos a pensar en esto, menos en México.
En los últimos nueve años he sufrido severas represalias por mi trabajo de investigación, y en medio de este ambiente es aún más difícil detenerse un momento para pensar en uno mismo. Durante meses contemplé el chaleco antibalas que me dio el gobierno de México en 2016, poco antes de publicar mi último libro sobre el caso de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, en Septiembre de 2014. Era un modo de advertirme: ‘has llegado demasiado lejos’ en tus investigaciones. Pero aun teniendo el chaleco frente a mí, me negué a pensar en mí y en el riesgo. Siempre ha habido algo más importante: la verdad y la justicia.
Si, yo estoy hoy aquí ante ustedes. Pero durante los casi diez años que he vivido bajo amenaza, más de 100 periodistas han sido ejecutados en mi país a consecuencia de su trabajo. Cinco este año. Uno al mes. Fuera de México han sido asesinados otros setecientos periodistas en ese mismo periodo, de acuerdo a la UNESCO. El organismo afirma en un informe publicado a fines del año pasado que en la última década México es el país en donde han sido asesinados más periodistas, más que Afganistán, donde hay una guerra declarada.
Pero aún con la gravedad de lo que pasa en mi país, el reporte advierte una cosa que debe encender una alerta a todos: se producen más asesinatos de periodistas en los países «sin conflictos armados”. Algo está pasando.
Cada año aumenta el asesinato de periodistas en todo el mundo. Los periodistas vivimos el tiempo más violento de la historia reciente, lo que afecta el derecho humano de la sociedad a estar oportuna y verazmente informada. Cada periodista muerto repercute en cientos que ante la violencia se quedan en silencio.
Pero ¿por qué nos están matando? ¿Por qué nos amenazan? ¿Por qué nos encarcelan? ¿Por qué nos quieren silenciar?
El mundo vive tiempos oscuros en todos los sentidos, en todos los ámbitos. A donde miramos todo es confuso, no hay claridad, no hay transparencia, no hay rendición de cuentas. Las fronteras se diluyen, los modelos económicos ya no se diferencian realmente unos de otros. Las distancias entre la izquierda, centro y derecha se acortan. En tantos países del mundo parecen la misma cosa, poniendo en gran riesgo la democracia y las libertades que tantos sacrificios ha costado ganar.
Hoy en muchas naciones su destino no lo deciden cotidianamente sus ciudadanos sino grupos que cada día concentran más poder político, económico, tecnológico y social. Se adueñan de los recursos naturales, de nuestras mentes a través del control de plataformas de comunicación y redes sociales, y nos imponen un modelo de vida, de «éxito”, de «felicidad” que les genera más beneficios. Para ellos no hay fronteras ni muros, solo privilegios e impunidad. Operan en el marco de lo legal y lo ilegal, la delincuencia organizada no solo está en los carteles de droga mexicanos sino también fuera de México en empresas, bancos y bolsas de valores.
Los intereses de esos grupos generan guerras, desestabilización política y económica, corrupción, enfermedades, violaciones graves a derechos humanos, éxodos, explotación sexual, explotación laboral, injusticia social en todas sus formas, esclavitud. Fabrican drogas y estimulan otra clase de vicios. Entre más consumidores, más dinero en sus bolsillos.
A estos grupos les gusta la oscuridad, la opacidad, de eso depende su existencia y el logro de sus objetivos. A la sociedad le faltan instrumentos para comprender esta realidad y cómo funcionan esos grupos de interés. Cuáles son sus mecanismos. Sin comprensión no hay generación de alternativas, no hay posibilidad de cambio y un futuro mejor se desvanece.
El periodismo libre, independiente, comprometido con la verdad y la precisión es indispensable para entender esa realidad. Nuestro deber, hoy más que nunca, es poner nombre y apellido a esos que concentran el poder, no importa cual sea su nacionalidad, raza o religión. No importa si son primeros ministros, presidentes, congresistas, banqueros, empresarios, políticos, líderes religiosos o si son jefes de algún cartel de la droga. A los periodistas nos corresponde descubrir qué hacen, cómo lo hacen, por qué lo hacen y quiénes son sus cómplices.
Por eso nos están matando. Por eso esta cacería contra los periodistas y medios de comunicación independientes. El periodismo, sobre todo el periodismo de investigación tiene caminos, conoce atajos, a los que a veces ni siquiera las instituciones de justicia tienen acceso. En innumerables ocasiones llegamos a la verdad a la que ni fiscales ni jueces llegan, porque muchas veces, sobre todo en países como México, están condicionados a esos grupos de poder.
Los miembros de ese club de poderosos muchas veces logran sustraerse de la justicia formal, o cuando esta llega, llega demasiado tarde. Pero no se pueden sustraer del periodismo independiente, perseverante, preciso. Ellos quieren ser intocables y para un periodista libre, un medio de comunicación libre, no hay intocables.
Sin verdad y rendición de cuentas, no hay democracia ni equidad. No solo está en grave riesgo ejercer nuestro deber y derecho de informar, sino el derecho de cada ciudadano a tener información verdadera y oportuna para tomar decisiones libres.
Si esos grupos unidos son más fuertes, los periodistas independientes también. Debemos crear reglas para trabajar conjuntamente, fijar un marco de intereses comunes, plataformas versátiles para difundir la información. Trabajar en producir mapas de riesgo en todo el mundo y así focalizar esfuerzos. Ninguno aquí quiere vivir con miedo, pero vivir en silencio tampoco es vivir.
México es considerado por todos los organismos internacionales como el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. El 99 por ciento de los asesinatos y ataques a periodistas está impune hasta el día de hoy.
Este premio no es para mí, que hoy puedo estar aquí, es para los más de 125 periodistas que han sido asesinados, y para todos los que día a día siguen haciendo con ética y entereza su trabajo. Nos quieren muertos, nos quieren en silencio; pero seguimos en pie y hacemos escuchar nuestra voz.
Gracias