Siempre la vi como una mujer activa, maciza, vigorosa, que va y viene. Parecía estar inquieta todo el tiempo. Se expresaba con sus manos. Su voz ronca, “Que bonito cabello tienes, me gustan los hombres con cabello largo”, me decía. Era una enamorada de la vida: “me encanta la vida, la comida, los gusanitos de maguey, los caracoles. Amo el amor, me quiero volver a enamorar, ¡claro que sí!, tengo muchas fuerzas para volverme a enamorar, conozco mucha gente que se quiere morir y va trabajando su tumba. Yo no”.
María Luisa Mendoza, La China, nació en Guanajuato en 1927. Estudió Letras Españolas en la UNAM y Escenografía en la Escuela de Arte Teatral de Bellas Artes. Novelista y cuentista. Ha hecho ensayo, columna periodística, entrevistadora, pero su mayor placer ha sido el periodismo.
Su primer trabajo fue como entrevistadora. Alfredo Kagawe Ramia fue su primer jefe. Kagawe fue un periodista que se hizo celebre en la década de los cuarenta al fundar y dirigir el periódico “Zócalo”, demasiado amarillista y a la vez, muy popular. La mirada de la escritora volaba a su pasado cada vez que hablaba de este primer acercamiento al periodismo. “Fue mi primer trabajo, en 1954. Kagawe fundó un periódico escandaloso, que decía cosas terribles, porque Kagawe era un empresario muy culto, muy inteligente y muy atrevido. Tenía mucho poder porque se sabía que estaba muy apuntalado por los hombres del poder y el dinero. Además tenía una estampa, era maravilloso, y algo rechazaste. Me invita él y ahí voy. Fue una etapa muy hermosa de mi vida pero no duró mucho porque me pagaban muy poco y yo siempre he estado en el hambre. Me preguntan ‘¿Por qué llegaste al periodismo?, pues por hambre respondo. ¿Por qué te hiciste escritora? pues por hambre, remato’, siempre he sido muy pobre”.
Su familia ha estado en la política de Guanajuato por varias generaciones: su abuelo fue alcalde, antes de eso director de la Casa de Moneda, su tío Enrique Romero Cevallos consiguió una diputación, lo mismo su padre, don Manuel Mendoza Albarrán, Su sobrino, Juan Carlos Romero Hicks, fue Gobernador y ahora senador. “Vengo de una familia de políticos –decía orgullosa-, toda mi familia ha recorrido la gama del poder político y judicial”. Ella misma fue diputada federal por el PRI en el sexenio de Miguel de la Madrid, sin tapujos reconocía: “llegue a la diputación porque la merecía, ha sido un camino que ya había recorrido toda mi gente”.
Le gustaban muchos los gatos y los perros, las muñecas antiguas que decoraban su casa y estaban regadas por todas partes. Era una mujer muy cálida, por momentos muy dulce: amorosa, diría Jaime Sabines. Su fuerza era la palabra, oral o escrita, siempre encontraba el punto exacto, los adjetivos cobraban un nuevo y mejor sentido y los sustantivos eran brillantes. En 1984 ganó el Premio Nacional de Periodismo. En 2001 ganó el Premio Nacional de novela José Rubén Romero, que se suma a muchos de las distinciones y galardones que ha recibido a lo largo de más de 60 años de intensa actividad literaria.
Don Enrique Ramírez y Ramírez, un viejo ex militante comunista y después fervoroso priísta cuya frase célebre fue “hay que hacer la revolución desde adentro”, fundó y dirigió el periódico El Día y de inmediato contó con el apoyo del presidente Adolfo López Mateos, don Enrique no tuvo que preocuparse por la publicidad, con la nómina asegurada, la sección internacional fue de las mejores de la época. Su suplemento cultural y su página diaria de cultura alcanzaron tintes brillantes, sobretodo cuando fue comandada por Arturo Cantú. La novelista fue fundadora del diario, y muchas veces extrajo recuerdos de aquella época: “Enrique Ramírez y Ramírez fue un gran director en mi vida. Me enseñó mucho y nos hicimos muy buenos cuates. Fui directora de El Gallo ilustrado, con Alberto Beltrán y tuve la suerte de llevar a los escritores de “La mafia” como se llamaban entonces, y escribían en primera plana y mis amigos pintores hacían las portadas, y El Gallo fue uno de los grandes suplementos”.
Durante un tiempo estuvo casada con el periodista Eduardo Deschamps, en esa época él trabajaba en Excélsior y don Julio Scherer era recién nombrado director. La novelista recordaba de esas épocas: “una de las etapas más queridas, recuerdo con mucho cariño a Eduardo, fuimos muy felices pero todo se acaba, o por lo menos se acaba en mi vida”. Siempre había un dejo de melancolía en su voz cuando en la memoria le venía el apellido Scherer: “Conocí a Julio cuando trabajé en Excélsior, mi esposo era su amigo. Yo lo admiraba mucho, lo quise bien, pero llegó un momento en que todos los chismes, las habladurías, las circunstancias, mis entrevistas, mis opiniones lo fueron alejando de mí y un día Julio me lo reclamó y yo le contesté en el mismo tono, pues dejada no soy, soy muy simpática y muy suave, pero dejada no. A partir de entonces dejó de ser nuestra amistad tan cercana”, decía la biógrafa de Salvador Allende.
Salpicados hasta la saturación de la vista hay colgados, sobre las paredes, pinturas de artistas plásticos de renombre, muchas, demasiadas vírgenes de Guadalupe en distintas técnicas.
“La China” Mendoza era amable cuando se le preguntaba por don Jacobo Zabludowsky: “A Jacobo le tengo un cariño auténtico. Trabajé en su noticiero. Él me llamó y fue una simpatía súbita, fantástica. Fue una etapa de mi vida profesional muy intensa, muy veraz, muy alegre. Descubrí lo que era la televisión por él. Fui la primera escritora que entró a la televisión después de ese monstruo que fue Salvador Novo”.
La Chinaca del idioma, así la bautizó Salvador Novo, pues María Luisa hacia periodismo y “reinventaba el castellano”. Su columna, “La O por lo redondo” era enriquecedora por sus conceptos y también por el arriesgado manejo del idioma. Borges escribió lo siguiente: La China nació escritora, siempre lo fue, habla como escritora y escribe como escritora, lo es de pura cepa, porque ama las palabras y les da un cuidado y un sentido muy peculiares.
Fue becaria de la escuela de Escritores, recibió tutela de Juan José Arreola, Juan Rulfo, Francisco Monterde y Salvador Elizondo. De aquellos años la escritora rememoraba: “Gocé de la beca, y mis maestros fueron Arreola, Rulfo, Elizondo y Monterde. Juan José me ayudó mucho. Él era muy explosivo, de ciudad Guzmán y yo de Guanajuato entonces quizá por eso, porque éramos del Bajío nos conectamos tan bien, pues tenemos la misma expresividad, el mismo temperamento, la misma emoción, la misma pasión por el siglo de oro”.
Juan Rulfo le enseñó el arte del tejido de las historias, “era muy buen juez, justo, era un gran contraste con el otro juez que era Salvador Elizondo, mi precioso Salvador, pero como juez era un desgraciado, malvado, de una crueldad terrible. Pero lo quise mucho y él me hizo sufrir mucho. A la salida de las sesiones yo lo llevaba a su casa y ya le perdonaba todo lo que me había hecho. Se trepaba a mi vochito y sacaba su cigarro de mariguana, cerraba todas las ventanas, ‘¡por el amor de Dios Salvador me vas a chamuscar’, le decía. ‘No pasa nada, no pasa nada, mira, dale una jaladita’, me respondía. ‘No, no me interesa’ y entonces con el humo y las ventanas cerradas Salvador me platicaba y me contaba historias maravillosas, y era ahí cuando me enseñaba el arte de escribir”.
La maestra Mendoza decía tener mala suerte, mala fortuna: “Yo he tenido una nube negra sobre mí, en primer lugar ser mujer, después mi carácter, otra, ser muy inteligente –perdón por la vanidad-, y ser pobre y luego ¡oh Dios mío!, ser diputada, y no me lo han perdonado. Conocí la soledad y la sigo conociendo, por qué ‘La mafia’ era y es dueña de los viajes, los premios, las becas, los nombramientos, todo. Yo formé parte de esa mafia pero me echaron pronto porque yo era demasiado conflictiva, demasiado explosiva”, confesaba esto último casi para sus adentros, como si le pesara mucho.
A sus 88 años de edad había un tema que ocupa su mente: La muerte: “Me preocupa mucho la muerte por la razón de que estoy sola, toda mi gente ya se murió: Elizondo, Fuentes, Héctor Azar, Garibay, tantos y me quedé sola”.
Encendida de nuevo, sus ojos brillantes, su voz ronca, sus pasiones y sus odios, su entrega y su desdén, toda ella un fuego añoraba: “Quiero que se estudie mi obra con buena voluntad, con inteligencia, porque para eso me la he jugado toda mi vida”.
María Luisa Mendoza, una escritora que siempre fue amable, dulce, con este reportero.