LA TRAGEDIA DEL 3 DE ENERO DE 1924

enero 3, 2018
por

Ivan Borges

Antes que despuntara el nuevo amanecer, Felipe Carrillo y sus compañeros fueron transportados a la muerte… El general Rodríguez aulló al carcelero, “Hijo de la chingada,… si no aparece Ruiz, usted va en su lugar” (refiriéndose a Pedro Ruiz que se había escondido en la celda). Pero Felipe Carrillo insistió: “A éstos no los debe llevar, no han de ser sacados, pues soy el único responsable de todo lo que quisieran achacarle a mi gobierno y a mi Partido”.
…Casi 2.000 de ellos (indios) habían estado dispuesto a morir por él tres semanas antes. Y él los ha despedido. Pero en la capital se pregunta su colega Santiago Pacheco (No solo sobre los universitarios, sino también sobre los pequeños burgueses): ¿Quién se habría atrevido a protestar, en aquellos formidables momentos, sabiendo que los fusiles se encañonarían a los corazones…?
Si en la marcha por las calles de la Mérida colonialmente europeizada, Felipe hubiera querido mirar los rostros de los pocos ausentes de los pocos transeúntes, de los carniceros, de los panaderos, de los lecheros, quizá llegando a un “socialismo” en el que de ninguna manera “todos (dan la cara) por uno”, sino casi sólo “uno por todos”.


A la última pregunta de si deseaba un sacerdote, Felipe Carrillo respondió “No soy católico”; a la de si necesitaba un notario, replico “No tengo bienes algunos para legar”. Su último deseo de “De no abandonéis a mis indios” (de forma similar a la Bartolomé de las casas, quien, con el cirio de la muerte en las manos, pidió a sus amigos que siguieran defendiendo a los indios), fue dirigido a los soldados que lo fusilaban… Luego su cuerpo sin vida cayó sobre el de Benjamín Este había pedido que se le disparara al corazón… la soldadesca hurtó a los fusilados incluso sus zapatos y sus mantas-bajo el cielo que se enrojeció como un presagio sangriento, con una luna que palidecía por el oeste, con algo que empieza de nuevo y no se verá nunca más, porque es un adiós.


Durante la mañana el cementerio se llenó de gente que lloraba. Gente del pueblo llevaba flores silvestres. Sólo dos personas en todo Yucatán se atrevieron a enviar coronas, y las dos eran de hacendados: Vitaliano Campos Palma y Arturo Escalante Portas. El pelotón de ejecución, en cambio, al volver del cementerio ya celebraba alegremente la “hazaña”, como si también hubiese recibido una parte de la gratificación por el asesinato. Incluso corre la versión de que el fusilamiento había estado presente un representante de los que habían financiado el asesinato –para asegurarse de su realización.”
“El indio al invocarlo en todo momento, deja rodar por sus mejillas tostadas por el candente sol… una lágrima viva brotada del fondo de su corazón… Como un oleaje rojo de la sobria y llorosa mañana de enero de 1924, recordamos siempre la frase sencilla… que brotaba sincera de sus labios, y… caía como bálsamo purificador en el pecho de los humildes, por quienes fue sacrificado: No abandonéis a mis indios!”*

Manuel Sarkisyanz. Felipe Carrillo Puerto. Actuación y Muerte del Apóstol “Rojo” de los Mayas. Edición del Congreso del Estado de Yucatán. Mérida, Yuc. 1995. 231-232 y 269

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