John M. Ackerman
Sin diputados plurinominales ni financiamiento público para los partidos políticos, el PRI recuperaría su antigua posición como el partido hegemónico de Estado que por sí solo podía aprobar cualquier ley, así como dictar unilateralmente la política nacional desde la Presidencia de la República.
Estas iniciativas no apuntan hacia la liberación ciudadana, sino hacia una esclavitud aún mayor a los mismos políticos corruptos de siempre; las propone el PRI porque le conviene. Quienes quieren expulsar del poder a la vieja clase política deben abrir bien los ojos para evitar ser engañados por estos viejos lobos colmilludos disfrazados de tiernas ovejitas.
Hace 15 días en estas mismas páginas advertimos sobre los peligros de la eliminación del financiamiento público para los partidos políticos (véase: http://ow.ly/q4NV30ft78k). En esta ocasión analizamos la propuesta igualmente engañosa de eliminar la representación proporcional en el Congreso de la Unión.
Hoy la Cámara de Diputados tiene 300 diputados uninominales por distrito y 200 plurinominales por circunscripción. Esta distribución es similar a la que existe en otros países, como Alemania, que buscan establecer un sano equilibrio entre la representación territorial, por un lado, y la fidelidad a la pluralidad social y política del país, por el otro.
Tanto los diputados “pluris” como los “unis” son electos por la ciudadanía. La diferencia esencial entre los dos tipos de representantes es que la votación que se toma en cuenta para calcular los ganadores de los primeros no se limita a un solo distrito electoral, sino que incluye un conjunto, a una “pluralidad” de los mismos.
Los sistemas que no cuentan con representación proporcional desperdician una enorme cantidad de votos. Por ejemplo, si en un distrito el candidato ganador recibe 35% de la votación y los otros contendientes reciben 30%, 25% y 10% cada uno, los únicos votos realmente válidos, con fuerza para determinar quiénes ocuparán curules en la Cámara de Diputados, serán los emitidos a favor del ganador. Los sufragios de 65% de los ciudadanos que votaron en contra del candidato ganador en el distrito correspondiente se quedan sin impacto o influencia alguna.
Pero en sistemas con representación proporcional todos los votos a favor de candidatos perdedores al nivel distrital encuentran una segunda salida al ser tomados en cuenta a la hora del reparto de los diputados plurinominales. De esta manera se evita la exclusión de la voz de millones de ciudadanos.
En las más recientes elecciones para la Cámara de Diputados, las de 2015, el PRI recibió sólo 31% de la votación. Con el sistema mixto actual, el PRI controla hoy 41% de los curules, una sobrerrepresentación de 10%. Pero si no existieran diputados plurinominales, la situación sería aún peor. Por sí solo el PRI ocuparía 53% de los escaños en San Lázaro, 22% mayor a su fuerza real con respecto a la votación popular. Más claro ni el agua.
Para acabar completamente con el problema de la sobrerrepresentación, la vía no sería la eliminación de los legisladores plurinominales, sino todo lo contrario: la eliminación de los uninominales, o de distrito, para quedarnos únicamente con representantes electos con criterios de estricta proporcionalidad.
La enorme hipocresía del PRI queda manifiesta cuando observamos su posición en la Ciudad de México, donde el partido es minoritario, de oposición, que incluso abogó a favor de un aumento significativo, no una reducción, en la cantidad de diputados plurinominales. De acuerdo con la nueva Constitución de la Ciudad de México, a partir de 2018 el Congreso local ya no tendrá 40 de mayoría y 26 plurinominales, sino 33 por cada concepto.
Ahora bien, es cierto que el Congreso de la Unión ha dado la espalda a la población. A partir del “Pacto por México”, los integrantes de las bancadas del PRI, PAN, PRD, PVEM y Panal se han convertido en simples levantadedos que no hacen otra cosa que avalar los pactos cupulares acordados entre los líderes partidistas y el presidente Enrique Peña Nieto.
Pero la eliminación de los plurinominales solamente agravaría el problema, ya que reduciría aún más la fuerza de la oposición en el Poder Legislativo. Con ello habría aún menos rendición de cuentas o transparencia en la discusión y la aprobación de las leyes, así como una reducción en la capacidad fiscalizadora y de control del Poder Legislativo sobre el Ejecutivo.
En lugar de reducir la cantidad de plurinominales al nivel federal, habría que “abrir” las listas de candidatos para que, a la hora de votar, los ciudadanos puedan expresar su opinión a favor o en contra de los nombres incluidos por cada uno de los partidos en sus listas de candidatos “pluris” que se encuentran en la parte trasera de la boleta electoral. Así quitaríamos el control de los partidos sobre el orden de los candidatos en las listas y evitaríamos que fueran electos candidatos impresentables por esta vía, como suele pasar en la actualidad.
Otra propuesta en el mismo sentido, y aún más fácil de implementar, sería distribuir los lugares plurinominales entre los candidatos uninominales que no hayan ganado sus distritos electorales, y en estricto orden de prelación de acuerdo con la cantidad de votos que reciban. De esta manera, absolutamente nadie ocuparía una curul en el Congreso sin haber hecho campaña activamente y dialogado con el electorado.